Thursday, April 05, 2007

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  • Amores prohibidos en la gran pantalla
  • Aunque fuese en clave metafórica, el cine abordó el amor que no osaba decir su nombre incluso, y quizás muy especialmente, en el más presuntamente varonil y popular de sus géneros. O sea en el “western”
  • Kaos en la Red, 2007-04-05 # Pepe Gutiérrez-Álvarez

Aunque fuese en clave metafórica, el cine abordó el amor que no osaba decir su nombre incluso, y quizás muy especialmente, en el más presuntamente varonil y popular de sus géneros. O sea en el “western”.


Cuando papá se enteró que su hijo era “comunista”, clamaba al cielo diciendo cosas, “eso es peor que ser marica”. Él que era una persona muy respetuosa con todo el mundo, tardó años en decir el nombre de la cosa que definió con toque andaluz como “mu sexuá”. Lo de “comunista” era algo que se nos escapaba, pero lo de “marica” era un maldición, sobre todo sí se trataba de una temprana opción, abiertamente “afemeninada”. El niño que podía ser catalogado como “marica” estaba condenado a un “vía crucis” cotidiano, inenarrable. Un acoso que se prolongaba en la empresa, y por supuesto en lugares tan tétricos como los cuarteles donde las tentativas de suicidio fueron casi pan nuestro de cada día.


No hay que decir que entre los “valores castrenses” inherente al nacional-catolicismo, la homofobia era determinante por más que no faltaban casos especialmente turbios. El cine que nos aportaba tantas cosas, también contribuía “inocentemente” con sus historias a mayor gloria de los “chicos” que eran ejemplos de hombría, claro que también aquí se colaban dobles mensajes. Eso fue evidente en un género como el “peplum”, gratamente apreciado por la comunidad gai, pero también el cine del Oeste con sus amistades a prueba de balas y de conflictos por la “chica”. Hubieron pues numerosas excepciones....


Excepciones que fueron como antecedentes más o menos alegóricos del discurso franco de Brokeback Mountain, el “western” rupturista de Ang Lee (El banquete de bodas), el autor de estas líneas, no ha podido por menos que evocar unos tiempos lejanos en el que este género era el más apreciado entre los varones, en particular entre los de la sesión infantil con caballos y vaqueros. Sus protagonistas era ásperos y duros, conocían amistades viriles y las chicas siempre les iba detrás. Eran tiempos dorados que todavía deleitan a los televidentes otoñales, buen cine es verdad aunque cuando nos enteramos que el chico de películas como La espada de Damasco o Historia de un condenado, Rock Hucson, acabó siendo un verdadero “mártir gai”. Más discreto fue el actor más prolífico de la pradera: Randolph Scott. Este celebrado antihéroe de los siete míticos western que rodó con Budd Boetticher, resulta que fue durante cierto tiempo pareja estable de Gary Grant en una discreta mansión de Hollywood. Ellos se lo podían permitir, ellas no tanto al menos que fuesen Greta Garbo o Marlene Dietrich, que también fue una de las “chicas de saloom” más turbias de la historia del cine en Arizona, de George Marshall, pero sobre todo en Encubridora, de Fritz Lang. Con el tiempo, nos enteramos que “hasta” el más varonil de todos los galanes de su tiempo, Burt Lancaster era -como se solía decir por aquí- de la “otra acera”. Sus muchos admiradores no pudimos por menos que sentir un cierto estupor por no decir otra cosa, pero no por ello lo dejamos de admirar, sobre todo después de películas como El hombre de Alcatraz o El gatopardo.


Fue entonces cuando ya mayores nos percatamos que existían otras lecturas en títulos tan emblemáticos “del Oeste” como Río Rojo con el duelo entre Montgomery Clift (otro mártir de la causa) y John Ireland, o con la extraña pareja formada por Henry Fonda y Anthony Quinn en El hombre de las pistolas de oro con una trama subterránea y ambivalente tan propia del renegado Edward Dmytryck Los ejemplos se podrían multiplicar dentro y fuera de la pantalla. En otros tiempos las salas oscuras eran un lugar muy dado para las tentaciones pecaminosas. Si no recuerdo mal, en Barcelona habían salas como el Cine Hora, en las Ramblas (por no hablar de los del Paralelo), sobre el cual los compañeros más veteranos te solían advertir: “Ten cuidado que en ese cine hay gente con las manos muy largas” Pero como la homofobia tan intensamente aprendida no era suficiente ante el dilema de poder ver a una joya reestrenada, uno acaba sabiendo a que se referían. Por entonces, mi reacción era la de que se puede definir como de “cajas destempladas”, que nunca he entendido que demonios quiere decir.


Supongo que era una manera ya establecido de citarse, o de “pecas”, al tiempo que, disfrutar del un espectáculo en el que el concepto de varonil tenía más de una lectura. Luego supe por amigos gais que igual que a servidor le subía la fiebre con Janeth Leigh a ellos se le disparaba con la belleza de Tony Curtis, otro que tal. Es evidente que más de uno y de dos que pudo en su día turbarse ante estas cosas, se encontró con las imágenes dolientes de los “vía vía”. Entonces sonaba una voz interior que te instaba a ser macho, muy macho, y por lo mismo guardar sus turbaciones en el desván del subconsciente, lejos de cualquier espontaneidad. Tocaba ser lo suficiente áspero y duro como para no conmoverse demasiado cuando aquella “mariposa” (Toni, además se parecía al Curtis) tan guasona de la “mili” (Campo Soto, Cádiz, 1972) optó en un momento dado por no aguantar más y por cortarse las venas. Aquel gesto parecía algo tan ajeno como aquel niño “mariquita” diariamente vapuleado que un día desapareció de pueblo para siempre jamás. Igual que toda aquella extensa familia de albañiles reconocidos en el lugar que se marchó para siempre cuando el abuelo fue pillado “in fraganti” con otro hombre, algo inaudito que sucedió prácticamente de un día para el otro, y también para no volver, como si fuesen apestados. Casi medio siglo más tarde, todavía me acuerdo de los chicos que eran amigos, de la casa en donde jugábamos, y que permanece cerrada con un candado en la puerta. O sea que no volvieron ni para venderla.


Esto ocurre en un pueblo (el mío), donde el cabeza del grupo genocida del verano del 36 sigue sin haber tenido que pagar ni una multa de tráfico.


Claro que ya hemos tomado nota, qué el que más o el que menos ya ha salido del armario, pero lo cierto es que todavía nos quedan por ver muchas películas como En terreno vedado para aprender. El que más y el que menos todavía lleva a su pesar, sus propias dosis de fascismo inconsciente inoculado, y se impone rectificar seriamente actitudes como la utilización del lenguaje con sus chistes y sus licencias hasta llegar donde haya que llegar. Sobre todo en los trabajos, en la vida cotidiana. No podemos consentir más barbarie judeo-cristiana en este punto. Y se consiente, no hay más que ver quienes son los que se manifiestan: la Iglesia con todas sus turbiedades y la gran derechona, los dueños de la buena moral, la dominante, sin embargo, se puede decir que en este terreno es más representativa de lo que nos gustaría reconocer Entre tanto, un buen ejercicio sería ver y hablar mucho de esta película, una demostración más que, de tanto en tanto, el cine (incluido el de Hollywood) se pone por delante en la lucha por los derechos y libertades más elementales.


Un ámbito de la vida en la que los amantes del cine nos podeos sentir hasta cierto punto orgullosos ya que éste ha sido un medio de avanzada a favor de la lucha democrática y moral. Para escaparnos de esa moral nacional-católica que permite a un presiente de los estados Unidos bombardear cualquier rincón del Tercer Mundo, pero no que le obsequien con una “fellatio”, que hace que los cardenales pueden manifestar su repudio contra el matrimonio homosexual, y que no levanten un dedo contra las “pateras”.

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